(Seis meses después de que Alyx entrara en coma)
Mónica se despertó aquel día con una sensación que no había tenido jamás, o al menos, no recordaba haberla tenido. Una sensación de nerviosismo a la vez que de entusiasmo. Era un día especial, sin duda alguna, y las tareas se le amontonaban una encima de otra metafóricamente en su cabeza – para colmo, junto con todas aquellas cosas dispersas que ya le preocupaban habitualmente.
Estaba lejos de la ciudad, estaba lejos del jazz Club, estaba lejos del hospital y de cualquier tipo de civilización. Aquel mes que había pasado en su casa de campo le había dado tiempo más que de sobra para pensar, para meditar, relajarse y sobre todo para prepararle la sorpresa. A él.
Así que no dudó un segundo más. Se puso su vestido más cómodo pero a la vez seductor, se calzó las sandalias más llamativas que tenía, se recogió su cada vez más larga melena rubia en una desenfadada coleta y fue rumbo al centro de la ciudad. Rumbo al Jazz Club.
Alyx Green, su mejor amiga a pesar de la clara diferencia de edad, había fallecido por causas que aún eran desconocidas. Lo primero que tenía que hacer antes de nada era comunicarlo, y se volvía loca de solo pensar cómo iba a explicárselo a Víctor, el cual sabía que había estado visitándola por lo menos una vez cada mes.
Víctor era un buen hombre de los que ya no quedaban así que, como hablar se le daba mejor que escribir, se acercó a la puerta y tras duros minutos concienciándose en la puerta, entró en el local. Víctor estaba apoyado en la barra, limpiando copas y al verla entrar paró en seco, pues un trueno rompió el silencio. Mónica le dijo a Víctor lo que había sucedido y continuaron conversando y consolándose mutuamente: clienta y encargado. Minutos después empezaron a aparecer las primeras nubes con señal de llovizna a la llamada del trueno anterior.
Finalmente Mónica – con un incómodo nudo en la garganta – salió rumbo a su destino definitivo. Quizá era demasiado pronto, pero le daba igual, siempre le había dado igual todo aquello que tuviera algo ver con aparecer demasiado pronto o demasiado tarde en los lugares.
Apenas tardó en llegar, vio su inmenso portal, con su telefonillo en un color diferente al resto. Cogió la caja que tenía, el sobre que se encontraba encima y se acercó hacia allá. Cualquiera que la hubiera visto en el trayecto podría jurar que, a pesar de todas las penas que inundaban el corazón de Mónica en esos momentos, fue sonriendo. Esa sonrisa sincera.
Se puso erguida frente al portal de Patrick y revisó que la fecha estuviera bien escrita. Sí, lo estaba. Era su cumpleaños. Y esta vez no quería que pasara de largo, ella también quería dejar constancia aunque fuera un año de que, su verdadero “yo interior” había vuelto. Aquel interior que a él tanto le gustaba.
Le había preparado una sorpresa dentro de aquella cajita, y debido a su reciente desconfianza con el sistema de correos, aunque ambos amaban recibir así noticias, decidió llevarlo personalmente. Y entonces, como una niña pequeña, dejó la caja decorada en el suelo, el sobre encima, tocó el timbre y cuando escucho su voz contestar al otro lado de la rejilla sólo dijo:
-Baja.
Y no hubo más palabras. Ella se fue rápida como una estrella fugaz, ajena a cualquier persona que la estuviera viendo.
Entonces Patrick bajó, también sonriente. Abrió el portón y para su sorpresa, no encontró una chica peculiar de ojos grandes esperándole, si no una caja y una carta, en la que, desde su metro noventa de altura podía descifrar “418 peldaños. P. Felicidades”
Lo que él no sabía era que en aquella mañana iba a descubrir cosas que jamás hubiera pensado.