Archivo | marzo, 2014

Blonde’s waltz

10 Mar

El local estaba con casi todas las luces apagadas, sólo las de encima de la barra permanecían encendidas. El hilo musical -casi inexistente- dejaba notar unos acordes de un hasta entonces desconocido grupo llamado «The Real Tuesday Weld» y junto a dos figuras sentadas encima de la misma barra, charlando distendidamente, había dos madrugadoras tazas de café arábica, aún humeantes y, por supuesto, sin más contenido que un terrón de azúcar Moreno.

– No creo que realmente sea cuestión de whiskys, o de capuccinos. -Así de profunda era la conversación que mantenían Víctor y el dueño del Jazz Club- creo que es más cosa del lugar…la luz, la música, la gente, ¿No lo crees, Víctor?

– Puede, pero esto ha cambiado un poco desde que empezamos, sólo tenemos que fijarnos en los pequeños detalles. Y hace algo más de un año que me llevo dando cuenta. Lo mejor de todo es que no son cambios sólo estéticos, sino que también han sido cambios internos. Se ve un local más llamativo, pero también más acogedor, ha perdido parte de su seriedad y la gente agradece que el local les invite (más si cabe) a estar dentro.
Y luego están los pequeños cambios que no se sienten en el día a día pero que una vez miras hacia atrás ves que nada es igual, pero no quiero decir que sea malo, para nada. Hemos transformado el trato al cliente hasta lo sublime. Los momentos que hemos ido cambiando de manos la barra lo he ido notando. Cada vez viene más gente, y cada vez sale más contenta. Y el mérito es todo suyo, jefe.
– No, Víctor, no son sólo míos. -Se miró la chaqueta y se quitó un largo pelo liso y rubio, lo observó unos instantes y Víctor reparó en ese gesto- Tú has tenido mucho que ver, más de lo que crees.
– No se engañe, por favor. No es mérito mío, yo sé la auténtica causa -sus ojos se abrieron como platos y una profunda arruga se le remarcó en la frente. De sus labios salió una sonrisa cómplice y se acercaron para hablar más bajo, como si alguien en aquel vacío local pudiera escucharlos en ese momento- es la chica rubia esa, lo reconocí en sus ojos al instante, comenzaron a brillar más y aunque a veces estuviera más ausente se le veía más feliz. Es normal que de vez en cuándo hayan malas rachas, pero después de ellas siempre venía con energías renovadas.
No, el mérito no es mío, es todo de ella, y de su manera de ver el mundo. No la pierda, jefe, es una entre siete mil millones.
– Lo sé, Vic, lo sé. Soy el hombre más afortunado, y quiero que siga así, cada día, todos mis días.